jueves, 10 de abril de 2008

Una nueva mirada a Dafne

El mito de Dafne me ha interesado desde siempre. Recordemos que es una fábula cantada por Ovidio en sus Metamorfosis: Apolo y Cupido se enzarzan en una disputa acerca de quién es mejor arquero. Ante la arrogancia de Apolo, el pequeño dios alado decide vengarse. Clava una flecha de oro en el hijo de Zeus, haciéndole de este modo concebir una pasión irrefrenable por la ninfa Dafne, mientras que hiere a esta con una flecha de plomo, provocándole así el desdén hacia el dios sol. Apolo se aviene a dar alcance a Dafne pero la ninfa, un instante antes de que sea tocada por él, ruega a su padre el dios fluvial Peneo que la libre de tan pesada carga. Peneo, padre solícito, la metamorfosea en laurel y en ese punto el desolado dios decide instituir el laurel como árbol sagrado de la poesía y los poetas.
Quiero hacer tres calas en algunas de las representaciones artísticas de este mito, y demostrar cómo se adapta a cada tiempo en que es utilizado como referente artístico.


SONETO XIII DE GARCILASO DE LA VEGA

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían:

de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo 'staban:
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!


Aunque siempre es un lujo poder leer el soneto en la edición príncipe de 1543 (Las obras de Boscán con algunas de Garcilaso de la Vega):


El escultor barroco Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) ofreció su genial versión del mito:




Más recientemente, la poetisa cordobesa Juana Castro escribe Dafne (Paranoia en otoño, 1983), donde ofrece un sugerente relectura del mito:

Que tu luz no me busque, Apolo, porque soy una hoja
que vive con el viento.
Toda la savia es
una caricia blanda,
tengo verdes los brazos de besarme en las ramas,
de mirar en las sombras el cristal desvaído de mi cuerpo.
Los helechos me abren su corazón de agua,
poseo dos mil lunas ganadas al ocaso,
los tilos, el espliego, la frescura
de todos los diamantes que se mueren de frío,
las lianas que adornan
la libertad, el talle, las avenas,
mis pestañas, las rosas, los pedernales tiernos de los frutos,
las blancas mariposas donde beben su plata las raíces,
donde el bosque se espesa de semillas y muerte.
No deseo tu fuego, adoro la ceniza que es espora del trigo
y no quiero otro rayo que el resplandor redondo en las naranjas,
el cenit que atomiza la techumbre calada de los árboles,
los troncos como dioses,
las auroras cebadas en su vientre de polen solitario.
Es inútil que corras, porque este paraíso que fecundan tus ojos
me pertenece ya, es la textura
del fondo de mi carne
y crezco vegetal
desde la dermis al vello más oscuro donde duermen los mundos,
es inútil que corras, inútil que me alcances,
porque tengo las plantas
vaciadas en la tierra
y el laurel
es ya un triunfo de oro en mi cabeza.

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